En verano de 1997, tras participar en una regata de Los Ángeles a Hawai, Charles J. Moore decidió regresar a casa una vez que su tripulación se había recuperado de los esfuerzos de la regata. Decidieron volver a casa por una zona que los marineros solían evitar por sus dificultades: las latitudes de caballo. A pesar de la ausencia de viento, avanzaban con paso firme, pero seguro. Cuando por fin llegaron a la zona de las latitudes de caballo, descubrieron algo sorprendente, increíble e inquietante:
“Cuando miré desde la cubierta, en lugar de ver la superficie de lo que se suponía que era un océano limpio, no pude ver más que plástico. Parecía increíble, pero no pude encontrar ni un solo claro”, describió más tarde el capitán en un reportaje para la revista Natural History.
Pero eso no fue todo. La basura persiguió a la tripulación durante toda una semana: “No importaba la hora del día, la basura plástica flotaba por todas partes: botellas, tapones de plástico, envases, residuos”.
Sin embargo, muchos científicos no se sorprendieron con el descubrimiento del capitán Moore, pues se limitaron a confirmar sus predicciones. La NOAA ya había declarado en 1988 que había un vórtice de basura en el Pacífico Norte.
Los oceanógrafos estiman que el Gran Parche de Basura del Pacífico, situado al este de Hawai, con sus millones de toneladas de residuos plásticos, en la actualidad tiene hasta cuatro veces el tamaño de Alemania (700.000 – 15 millones de km2). En ese momento había seis kilogramos de residuos plásticos por cada kilogramo de plancton en el corazón del vórtice de basura. Mientras la relación es 1:46 por plancton.
El motivo por el que el problema se agrava tan rápido no se debe solo al aumento de producción. Los residuos pasan unos 16 años en el vórtice de plástico antes de desintegrarse. Sin embargo, lo peor es que el plástico no es un material biodegradable. Una vez liberado en el medio ambiente puede contaminar el entorno durante mucho tiempo, al menos hasta que se sedimente.
Pero el Gran Parche de Basura del Pacífico no es el único vórtice de basura. En el Mar de los Sargazos, en el Atlántico, orbitado por la Corriente de Canarias, la Corriente del Atlántico Norte y la Corriente del Golfo, existe una mancha de basura similar, tanto en tamaño como en composición.
El motivo principal por el que se pueden formar dichos remolinos de basura de estas dimensiones tan grandes en ciertas zonas es que la corriente es muy débil, por lo que la basura ya no es arrastrada.
Científicos de la Universidad de Manoa han identificado diversas zonas similares al basarse en los análisis actuales: una cerca de las Bermudas, otra al oeste del centro de Chile en el Pacífico y otra zona similar que se extiende desde Argentina por el Atlántico hasta casi Sudáfrica.
Si los residuos plásticos llegan a zonas de los continentes, cubren playas al completo. En su película “Plastic World”, Werner Boote muestra cómo los voluntarios de Japón limpian una vez al año una playa cubierta de forma constate de plástico, para que poco a poco vuelva a estar completamente cubierta de dichos residuos plásticos. Este componente llega a todas las playas de los océanos del mundo. La arena de la playa se compone en la actualidad, en cierta manera, de plástico.
También existe el problema de los residuos en aguas como el Mar Mediterráneo o el Mar del Norte, aunque en este caso la basura no se acumula en grandes vórtices.
Los residuos arrastrados a la costa y atrapados en enormes vórtices es solo la punta del iceberg. La mayor parte, más del 70%, se hunde y cubre el fondo marino como un velo asfixiante y hermético.
Antes de que dichos residuos se hundan, ya causan una devastación. Focas, tortugas y aves se enredan en cuerdas y anillas de plástico. Muchos animales, como las ballenas, los delfines y las aves marinas, se alimentan de elementos plásticos y mueren de hambre, pues su estómago está repleto de este material, si no mueren antes por una obstrucción intestinal. La tortuga marina Caretta Caretta, protegida y en peligro de extinción, confunde las bolsas de plástico transparentes con su alimento favorito, las medusas. Según la Unión para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN), alrededor de un millón de aves marinas y 100.000 mamíferos marinos son víctimas de los residuos plásticos cada año.
Estas cifras son drásticas, pero no constituyen el único problema para los ecosistemas marinos. Otro problema son las redes de pesca que pierden de forma accidental o deliberada los barcos. Cada vez son más los animales marinos que quedan atrapados en estas redes. Una vez que las redes se vuelven muy pesadas, se hunden, y suben más tarde, cuando todos los animales marinos se han descompuesto en el fondo. Y, de nuevo, vuelta al trabajo de destrucción.
Unido a otras influencias antropogénicas como la sobrepesca masiva, los accidentes de petróleo o los vertidos químicos, todo un ecosistema podría colapsar. Esto significaría que los océanos ya no servirían como fuente de alimentación para la humanidad.
Cada vez es más frecuente que animales más pequeños, como las medusas, empiecen a dominar, por lo que las redes de pesca están repletas de estos animales, y no de peces. Esto no solo se debe a la sobrepesca, sino también al creciente vertido de fertilizantes de uso agrícola. Además, los océanos podrían volverse muy ácidos, ya que se disuelve más CO2 en el agua como consecuencia del efecto invernadero, de modo que las condiciones para los organismos calcificadores y formadores de huesos, como los peces o los corales, son cada vez peores. Las cadenas alimentarias marinas, como la que existe entre el plancton y los animales que se alimentan de él, como los peces, están en peligro porque algunos animales están acostumbrados al periodo de floración de su fuente de alimento, que cambia por el calentamiento global.
Además de las cuotas pesqueras internacionales restrictivas, la resolución del problema de los residuos plásticos será esencial para evitar que nuestros océanos desaparezcan en el futuro como fuente de alimentación y como hábitat.
Los simples intentos de resolución a posteriori, como la eliminación de los residuos plásticos, son poco útiles debido a las enormes cantidades. Otras ideas, como el bloqueo de las desembocaduras de los ríos, son inviables, sobre todo, por las rutas de navegación.
El aumento del reciclaje de materiales sintéticos podría ser parte de la solución.
Si las empresas navieras recibieran una remuneración por deshacerse de la basura plástica en lugar de tener que pagar por deshacerse de ella, no se disponían para tirarla por la borda triturada junto al resto de residuos orgánicos. Las autoridades marítimas internacionales tendrían que destinar dinero para este fin (que antes se recaudaba en forma de permisos), en lugar de limitarse a aprobar una prohibición ineficaz. El reciclaje de mezclas de diferentes tipos de plástico es complicado: algunos plásticos, como el cancerígeno PVC, no se pueden reciclar, contaminan el medio ambiente con dioxinas tóxicas cuando se queman, por lo que solo por esa razón debería prohibirse.
Por el contrario, desgraciadamente, el porcentaje de envases de bebidas reutilizables se ha reducido solo en Australia del 60% (1997) al 40% (2007), y el de las botellas de agua mineral del 96% (1994) al 24,3% (2007).
El reciclaje general de plásticos podría aliviar en cierta medida el problema, que se agrava con rapidez, pero no es una solución. El 80% de los residuos plásticos, ya sea por accidente, descuido o de forma voluntaria, acaba en el mar a través de los ríos.
La proporción de reciclaje de plásticos ha descendido notablemente en los últimos años, en lugar de aumentar.
La única solución viable para controlar el problema de los residuos plásticos sería una regulación legal estricta para que todos los artículos de uso diario solo puedan estar hechos de plástico 100% biodegradable (llevado a la práctica no lentamente). Los plásticos biodegradables existen desde hace años. La industria no está interesada en utilizarlos por la falta de una normativa adecuada. Estos plásticos biodegradables no significan necesariamente que se tengan que producir a partir de materias primas biológicas, también se pueden producir de forma barata a partir del petróleo.
Los plásticos no biodegradables solo se deberían permitir de forma limitada para aplicaciones técnicas especiales, en las cuales sean indispensables las propiedades concretas del material. Si la mayoría de los plásticos tuvieran que ser biodegradables por ley, muchos problemas consecuentes, como el de las redes de pesca perdidas, se resolverían en un abrir y cerrar de ojos.
Por supuesto, para salvar los océanos del mundo, sería necesario un acuerdo internacional, aunque la UE debería dar un paso adelante en este asunto. Esto obligaría de forma indirecta a otros países que quieran exportar a la UE a producir plásticos biodegradables.
Pero la contaminación por plásticos no solo es un problema en los océanos, sino también en los suelos. El plástico desechado por descuido a través del compost doméstico contamina y ensucia nuestros suelos de forma ilimitada, aunque sea, con probabilidad, un problema menos visible que el caso de los océanos. Cuando añadas algo al compost doméstico, asegúrate de que no hay pegatinas en las pieles y restos de plantas, ni película de plástico blanca en el tallo de los plátanos. Vacía la bolsa de basura en el contenedor de residuos orgánicos (puedes tirar la bolsa después), en lugar de tirar el compost junto a la bolsa de plástico: un fallo que, por desgracia, la gente continúa haciendo. El compost doméstico se emplea a posteriori para fertilizar los campos. La abrasión de los neumáticos de los coches también es un gran problema. Están fabricados con caucho natural, plásticos artificiales, hollín y, en ocasiones, con otros contaminantes como metales pesados.
El sol, el viento y el agua descomponen los trozos de plástico de grandes dimensiones hasta que solo quedan partículas pequeñas de materia en suspensión. Gran parte de estos residuos de plásticos está constituida por dichas partículas en suspensión, que flotan bajo la superficie y son ingeridas por los organismos marinos junto al plancton.
Las micropartículas son grandes captadoras de toxinas permanentes. Debido al aumento significativo de la superficie (la superficie de una esfera aumenta al cuadrado, mientras que el volumen aumenta más rápido, es decir, al tercio) y a la conocida propiedad del plástico de absorber olores y otras sustancias liberadas, la concentración de toxinas en las partículas de plástico puede superar en millones la del agua del mar.
En las partículas de plástico se concentran toxinas permanentes como el insecticida DDT, utilizado en los años 40, o los bifenilos policlorados PCB utilizados hasta los años 80 como plastificantes en pinturas, juntas y plásticos (también en componentes electrónicos). Ambas sustancias favorecen el desarrollo del cáncer y perturban el sistema hormonal como “disruptores endocrinos”.
Sin embargo, no solo son un problema las sustancias permanentes prohibidas desde hace tiempo, sino también muchas sustancias tóxicas que en la actualidad se utilizan para la producción de plástico, como el Bisfenol A, que altera de forma masiva el sistema hormonal y puede provocar cambios genéticos, o el poliestireno (Styrofoam), que también es cancerígeno.
Los primeros estudios científicos han demostrado que: cuando los organismos marinos se comen estas bombas tóxicas, las toxinas se liberan en el estómago y los intestinos, de modo que, posteriormente, son ingeridas por el organismo. Como los organismos marinos almacenan estas toxinas, se siguen acumulando en la cadena alimentaria, y los humanos suelen estar al final de la misma.
Sin embargo, los microplásticos no solo son un problema para nuestros océanos. Aunque la concentración de microplásticos era mayor en la sal marina, las muestras de sal de los lagos e incluso de la roca también contenía esta sustancia. Para los que se sorprendan de estos resultados, los microplásticos también se propagan por el viento y el agua de lluvia. Los microplásticos se descubrieron por primera vez en muestras de agua de lluvia de las Montañas Rockey. Los microplásticos de menos de 10μm entran en los pulmones por inhalación, las partículas de menos de 2,5μm incluso penetran en los alvéolos pulmonares. Los estudios han demostrado que ingerimos unos 5g de microplásticos a la semana a través de nuestra comida, el agua potable y el aire que respiramos. Esto equivale aproximadamente a la cantidad de plástico que contiene una tarjeta de crédito.
Sin embargo, los seres humanos no solo están expuestos a diversas toxinas a través del consumo de organismos marinos. Las sustancias tóxicas se utilizan en la producción de muchos artículos de uso cotidiano, las cuales podemos absorber a través del aire que respiramos (olor de los artículos recién comprados), por abrasión o el tacto (mangos de plástico pegajosos).
Las sustancias hormonalmente activas son muy importantes, llamadas disruptores endocrinos, las cuales pueden causar daños considerables a la salud incluso en cantidades mínimas, ya que las hormonas asumen funciones de control en el organismo, de modo que cantidades muy pequeñas provocan una respuesta intensa del cuerpo.
Se utilizan sustancias tóxicas para el envasado de alimentos. Casi todo lo que compramos en el supermercado está envuelto en plástico. Lo que llama la atención es que, aunque existen normas estrictas para todos los aditivos alimentarios, apenas las hay para los envases. Es fácil descubrir que numerosas sustancias como los ftalatos, el bisfenol A o los acetaldehídos migran del envase al alimento. Si estas sustancias se añadieran directamente al producto estarían sujetas a una declaración obligatoria y tendrían que figurar en el envase como aditivos. Sin embargo, en este caso el consumidor no se entera de su presencia.
Los ftalatos son sustancias plásticas que se añaden al plástico para hacerlo más flexible, pero no están unidos al mismo, sino que se liberan al medio ambiente. El PVC blando contiene altas concentraciones de hasta el 70% de plásticos nocivos. Si estos plásticos se evaporaran la vida del plástico se acabaría, se volvería quebradizo y se desintegraría. El 90% de la producción de ftalatos se destina a la producción de PVC blando. Los ftalatos se encuentran en productos de cuero artificial, revestimientos de suelos, tuberías, moquetas, esmaltes de uñas, pinturas, adhesivos, cosméticos e incluso envases de alimentos.
El bisfenol A (BPA) es la sustancia química industrial que más se utiliza a nivel mundial. Su uso aumenta un 8% al año en la UE. El bisfenol A estabiliza los envases y es el material de partida de una clase especial de plásticos llamados policarbonatos. Los policarbonatos son estables, resistentes a la rotura y se caracterizan por su alta resistencia a las temperaturas de hasta 145º y tienen alta resistencia a los ácidos y aceites (utilizado en vajillas desechables y para microondas, envases de plástico duro y de alimentos, artículos domésticos transparentes como cuencos, biberones, cajas de CD, accesorios para automóviles).
El BPA también se usa en la producción de resinas epoxi, adhesivos y en pequeñas cantidades para el retardante de llama tetrabromobisfenol A. Las latas de bebidas y alimentos suelen estar revestidas por dentro con un recubrimiento de resina epoxi. El BPA también se usa en los tetrabriks, esmaltes de uñas, papel térmico, tapones de botellas e incluso en empastes dentales.
Tanto los ftalatos como el bisfenol A se pueden detectar en la sangre o en los fluidos corporales de cualquier ser humano. Un estudio realizado por la Agencia Federal de Medio Ambiente (Dra. Marike Kolossa-Gehring) entre 2003 y 2006 demostró que al menos el 80% de los niños ingiere más cantidad de los cinco ftalatos más comunes DnBP, DEHP, DiBP, BzBP y DiNP de lo que es tolerable desde el punto de vista de la salud. Pero esto no incluye otros xenoestrógenos que, junto con los ftalatos, podrían sumarse o incluso potenciar su efecto. Se han encontrado productos químicos industriales procedentes de la producción de plásticos en la sangre de los indios del Amazonas.
Ambas clases de sustancias, tanto el bisfenol A como los ftalatos, son cancerígenas o promueven el desarrollo del cáncer 2, pueden fomentar la diabetes y la obesidad e interfieren con las hormonas sexuales humanas. Los ftalatos hacen que el cuerpo crea que ya tiene suficiente testosterona, por lo que el cuerpo deja de producir esta hormona en cantidades suficientes. Los ftalatos son más perjudiciales para los hombres, pero también pueden provocar una disminución de la libido, un mayor riesgo de pubertad prematura, fallos ováricos prematuros, abortos y partos prematuros en las mujeres. El BPA se parece a los estrógenos en el organismo y, por tanto, es muy perjudicial para las mujeres. Sin embargo, el BPA también provoca una peor calidad del esperma, una disminución de la libido y una disfunción eréctil más frecuente en los hombres.
También son cancerígenos y xenoestrogénicos los venenos persistentes ya prohibidos, como el DDT, PCB y nonilfenol (que se podía seguir importando en 2023 en la UE bajo algunas restricciones). Un grupo persistente de sustancias químicas que no es biodegradable, que aún no está prohibido (2023) y que se acumula en todo el mundo es el de las PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoradas). Las PFAS se utilizan para el teflón y en las sarténes, para espuma de extinción y, en menor cantidad, para diversos productos como los sedales, la cera para esquiar, las cuerdas de escalada, los revestimientos para las raquetas de tenis, los lubricantes para bicicletas y las lonas para barcos. Se sospecha que las PFAS provocan cáncer, hacen infértil, las PFAS pueden reducir los efectos de las vacunas, aumentar la susceptibilidad a las infecciones, causar daños en el hígado, bajo peso al nacer, otros problemas de salud y pueden favorecer la obesidad. En la UE sólo existe una prohibición de lo PFOS y lo PFOA, pero ningún de mayor alcance como para todo el grupo de sustancias. En febrero de 2023, la autoridad de la UE ECHA presentó una nueva propuesta al respecto, pero está siendo duramente atacada por la industria y los grupos de cabildeo. Según parece, no habrá prohibición antes de 2025. Las PFAS se propagan con facilidad y a grandes distancias en el medio ambiente. El aumento de las concentraciones de PFAS en la leche materna es un problema en todo el mundo, pero también en EE. UU., donde se utilizan incluso para envasado impermeable a la grasa de alimentos.
Las consecuencias son horribles: tal y como descubrió el Hospital Universitario de Copenhague, la mitad de los hombres tienen muy pocos espermatozoides o demasiado lentos para concebir hijos de forma natural. El número de cánceres y el número de malformaciones congénitas también aumenta constantemente. El Dr. Niels Jørgensen, andrólogo del Hospital Universitario de Copenhague: "La mujer embarazada absorbe algunos de estos ftalatos y otros plastificantes. Se acumulan en su cuerpo y, por tanto, también entran en el feto, afectando especialmente al desarrollo de los testículos. La consecuencia: los testículos no pueden desarrollarse correctamente. Lo hemos descubierto: si esto sucede en esta fase temprana, el desarrollo de las células se ve alterado hasta el punto de que los testículos tan solo producirán algunos espermatozoides en el futuro". Sin embargo, los xenoestrógenos como los ftalatos no sólo perjudican al organismo masculino. Durante mucho tiempo, los médicos se preguntaron por la madurez sexual cada vez más temprana de las niñas. En las mujeres, el cáncer de mama y la endometriosis van en aumento, por no hablar del alto índice de malformaciones.
Hasta ahora, la política solo ha reaccionado con avances individuales parcialmente eficaces contra los ftalatos, que podrían mejorar la situación, pero que siguen siendo insuficientes ante la magnitud del problema (Básicamente la situación sigue empeorando debido al aumento de las cantidades de producción.).
En 2005, la UE prohibió DEHP, DBP, BBP en los artículos para bebés y en los juguetes, aunque no se aplica la prohibición al 80% de los juguetes importados. La razón por la que se prohíben los plastificantes peligrosos en los juguetes fabricados en la UE, pero se permiten en los juguetes importados y en los envases es todo un misterio, sobre todo, porque los niños que todavía no han nacido sufren daños irreparables a causa de dichas sustancias químicas. Aunque se han reducido los valores orientativos del contenido de ftalatos en los alimentos, no es suficiente sin una prohibición general. Por ejemplo, los quesos ecológicos premiados se pueden vender en envases de PVC tóxicos, que solo se puede observar en el código de reciclaje que aparece en la parte inferior del envase del queso (los productos con el logotipo de Hundertwasser no contienen ftalatos).
El DEHP, el ftalato más peligroso, debía ser retirado completamente del mercado por la UE en octubre de 2012. Lo que ha quedado es que la industria está cambiando, más o menos, de forma voluntaria a otros ftalatos.
Quedan muchos otros ftalatos que son también muy peligrosos especialmente en combinación y que, como el DINP y el DIDP, pueden acumularse en suelos y sedimentos debido a su longevidad. El DEHP, el BBP y el DBP figuran en la lista de sustancias especialmente peligrosas de la directiva REACH de la UE desde 2007, lo que implica una obligación de declaración a partir del 0,1%.
El plastificante más importante del mercado asiático, el DEHP, ha llegado, sin embargo, a los consumidores europeos, ya que el material de envasado se importa en gran medida de China debido a las bajas normas laborales y medioambientales y a los bajos salarios de este país. De poco sirve que BASF y otras empresas afirmen que ya no producen DEHP en Europa. Según el instituto de estudios de mercado Ceresana, el DEHP sigue ocupando una posición destacada en el mercado mundial con un 54%.
También se ha establecido una relación entre la obesidad, la diabetes y la ingesta de ciertos ftalatos. Según un reciente estudio sueco, ciertos ftalatos favorecen el desarrollo de la diabetes melitus de tipo 2, precedido por una serie de estudios mexicanos con menos participantes. La MMP, la MiBP y la MEP se unen a determinados receptores del organismo que regulan los niveles de grasa y azúcar en sangre. Algunos inhiben la formación de insulina, otros probablemente promueven la resistencia, como muestra un estudio de la organización medioambiental británica ChemTrust, publicado en la primavera de 2012.
Uno de los ftalatos más peligrosos es el DPHP, que daña las glándulas tiroides y pituitaria. Incluso una prohibición total de los ftalatos seguiría siendo insuficiente si se limitan a sustituirlos por otros disruptores endocrinos.
Sin embargo, además de los efectos conocidos de los ftalatos, hay otra toxina que debe preocuparnos: el bisfenol A, la sustancia química más producida en el mundo.
El bisfenol A daña el desarrollo del cerebro. Este hecho se ha demostrado en más de 40 estudios en roedores, incluso en concentraciones más bajas que las que se miden de forma habitual en los seres humanos. Diferentes estudios en monos han revelado que concentraciones que antes se consideraban seguras ahora alteran la memoria, el aprendizaje y el comportamiento.
El bisfenol A perturba el sistema inmunitario. El Dr. Eric Haudeau, investigador celular del Centro INRA Toxalim dice que: “En la piel interior de nuestros órganos existen líneas celulares que garantizan que ningún agente patógeno llegue a nuestras células. El BPA impide que dichas células se sigan desarrollando en el embrión. No son capaces de distinguir entre gérmenes benignos y malignos. Todo el sistema de alerta se rompe y los patógenos atacan nuestro cuerpo”.
La alteración del sistema inmunitario por parte de las sustancias químicas podría ser, entre otras cosas, una explicación para el aumento significativo de enfermedades autoinmunes, incluidas las alergias y el asma, que se observan, concretamente, en el mundo desarrollado. En ocasiones, se indica que el motivo es el exceso de higiene, ya que los hijos de agricultores que crecen en un entorno menos libre de gérmenes sufren alergias y asma con menos frecuencia. No obstante, este enfoque no puede ofrecer una explicación completa. Es probable que los hijos de agricultores también consuman más alimentos de su propia producción y, por tanto, se elimina la liberación de toxinas de los envases del supermercado. Éstas podrían ser las razones.
El Dr. Eric Haudeau también indicó que: “La duración de la vida de un animal no es suficiente para prever lo perjudiciales que son los efectos del BPA en el organismo humano. Al fin y al cabo, los seres humanos estamos rodeados de estas sustancias durante toda nuestra vida. Los animales solo durante unas semanas.”
Además, los estudios epidemiológicos han mostrado una correlación significativa de las concentraciones medidas de BPA con las enfermedades metabólicas relacionadas con enfermedades cardiovasculares, la diabetes y la obesidad, aunque las principales causas de dichas enfermedades son, sin duda, una dieta poco saludable (demasiado azúcar, grasas insalubres, grasas trans, demasiado sal). Los experimentos con tejido adiposo humano muestran que el BPA suprime la hormona adiponectina.
Un estudio sobre monos hembra muestra que la exposición de la población al BPA está muy por encima de los límites de seguridad: en el estudio de la Universidad de Missouri-Columbia, donde los investigadores administraron una dosis de BPA de 400 μg/kg de peso corporal, la cantidad ocho veces mayor a la dosis considerada segura. No obstante, el contenido de BPA en la sangre de los animales después de 24 h era inferior al de los seres humanos de los países industrializados, lo que indica que los monos absorben peor el BPA, que pueden descomponerlo más rápidamente o que los seres humanos están expuestos a una concentración mucho mayor (lo que debe tenerse en cuenta, en particular, en relación con otros estudios realizados en monos que indican riesgos, ya que los resultados, como en el estudio sobre la memoria y el aprendizaje, tienen implicaciones aún más graves).
El bisfenol A es cancerígeno. Los efectos pueden llegar hasta la modificación genética. El BPA simula la presencia de la hormona sexual estrógeno. Los estudios han demostrado que la sustancia química es especialmente perjudicial en las fases anteriores y posteriores al nacimiento e incluso tiene efectos en las generaciones posteriores. Al mismo tiempo, las exposiciones más altas se midieron en niños. Muchos biberones son duros y transparentes, fabricados con BPA, a los niños les gusta meterse cosas en la boca y muchos ftalatos (alteran el equilibrio de la testosterona) se encuentran en productos procesados como las cremas de chocolate o las gominolas, entre otros.
Los niños son los más sensibles a sustancias químicas como el BPA o los ftalatos y sus consiguientes daños. Sin embargo o serviría de poco prohibir el bisfenol A si sólo se limita a ser sustituido por bisfenol S o F.
Aunque los efectos de los diferentes ftalatos varían, tienen en común con el BPA los diferentes efectos como disruptores endocrinos. El DEHP hace que las personas sean infértiles, el DPHP afecta a las glándulas tiroideas e hipofisarias, el MMP, el MiBP y el MEP favorecen los trastornos metabólicos.
Sea cual sea el efecto en detalle, los ftalatos y el BPA, como disruptores endocrinos, son una clase de sustancias muy peligrosas que deberían estar prohibidas en los objetos de uso cotidiano.
Debido al alcance epidemiológico y al hecho de que muchas otras sustancias, como el BPA y algunos plaguicidas, también pueden actuar como xenoestrógenos, sería urgente una prohibición inmediata y completa de todos los xenoestrógenos. Una prohibición inmediata probablemente también tendría sentido para el DPHP (que afecta a las glándulas tiroides y pituitaria). En el futuro, tendremos que cambiar a otros plastificantes basados en aceites vegetales, por ejemplo.
Asimismo, debe prohibirse el uso del bisfenol A, al menos en los objetos de uso cotidiano, debido a su elevada toxicidad y a su capacidad para migrar a través de la piel humana o del material de envasado a los alimentos y, por tanto, al cuerpo humano. En el caso de los productos químicos que contienen BPA, probablemente habría que cambiar cada vez más a materiales tradicionales como el vidrio, la cerámica, el gres o la madera.
Lo mismo se aplique con el PVC que, por lo general, solo se puede utilizar con una alta proporción de plastificantes y, además, representa un problema de reciclaje y de residuos. La incineración produce dioxinas tóxicas debido al contenido de cloro, y las sales que quedan en el filtro tienen que ser eliminadas como residuos peligrosos.
Un requisito absoluto es también la obligación de declarar todas las sustancias, al menos las utilizadas en el envasado de productos alimenticios, ya que los aditivos liposolubles no permanecen en el plástico, sino que migran a los alimentos. Lo único que el consumidor puede averiguar sobre el envase es a veces el código de reciclaje, que suele estar estampado directamente en el plástico en la parte inferior y proporciona información aproximada sobre el tipo de plástico, pero no sobre ningún aditivo. La película de plástico también suele estar recubierta de agentes desmoldantes.
Hay que insistir en la exigencia de una declaración incondicional de los aditivos, no sólo porque el plástico los libera al medio ambiente, sino también porque a menudo se utilizan de forma innecesaria. Al controlar la presión y la temperatura durante la polimerización, las propiedades del material pueden controlarse en gran medida sin necesidad de utilizar aditivos. Con la tecnología de moldeo adecuada, se puede utilizar polietileno o polipropileno normal y no tóxico en lugar de poliestireno, por ejemplo. De esta manera, el consumidor podría contribuir a la desintoxicación de nuestros artículos sin necesidad de una ley que siempre es complicada de cumplir.
Para limitar el impacto de los plásticos en el medio ambiente, también sería necesario utilizar plásticos biodegradables.
Desgraciadamente, la política aún no ha sido capaz de responder adecuadamente a la amenaza que suponen los productos químicos industriales para el ser humano y su entorno.
Joe Hennon, portavoz de la Comisión Europea de Medio Ambiente: “Trabajamos principalmente en las infracciones de la legislación medioambiental de la UE, en particular, de la directiva REACH sobre productos químicos. Por el momento, estamos muy descontentos con el número de productos químicos que figuran en la lista y se someten a las pruebas correspondientes. Es un problema grave”.
Además, la aplicación en 27 Estados miembros de la UE, el Parlamento y la Comisión es difícil y lleva mucho tiempo. “Hay muchas administraciones, normas y culturas internacionales diferentes; y está el lobby de la industria”.
Incluso cuando se trata de prohibiciones, se puede decir que las manos de la UE han estado atadas hasta ahora debido a las normas comerciales de la OMC, que consagran legalmente una despiadada rebaja de las normas mínimas mundiales en materia de trabajo, salud y medio ambiente. Por ejemplo, la UE no puede prohibir la importación de productos tóxicos, ya que ello supondría una violación de las normas comerciales de la OMC. Por ello, la única opción es exigir sin descanso a sus socios comerciales que prohíban las sustancias tóxicas en sus productos, aunque no es posible analizar todos los productos. Afortunadamente, la UE ha sabido aprovechar su papel dominante en el comercio exterior para mejorar la situación.
Por otra parte, si se observa la situación jurídica actual, la protección de los consumidores sigue estando al margen. Ni siquiera está garantizada la correcta aplicación de las directivas existentes, como la normativa REACH.
La Directiva sobre sustancias químicas REACH, que entró en vigor el 1 de junio de 2007, debía ofrecernos a los consumidores una amplia protección contra las sustancias químicas peligrosas en el futuro. Sin embargo, como también se aplica a los productos importados a la UE, REACH se ha diluido bajo la enorme presión de Estados Unidos y Japón.
Por lo tanto, ahora no es obligatoria la sustitución (es decir, la eliminación) de sustancias químicas cancerígenas, nocivas para la reproducción y peligrosas por otros motivos, como los ftalatos y el bisfenol A, de los que se habla en este artículo. Sólo las sustancias bioacumulables persistentes deben ser sustituidas obligatoriamente por otras. El "control adecuado" que ha entrado en vigor, en cambio, debe considerarse ilusorio, porque ahora muchas de estas sustancias se encuentran en lugares donde no deberían estar, como en la leche materna, la sangre, los alimentos y el agua potable. El “control adecuado”, que no se define con más detalle, abre la puerta a la manipulación por parte de la industria.
La obligación de proporcionar información en su forma actual es inadecuada en la práctica, ya que sólo puede solicitarse al fabricante y no aparece en el envase en la tienda, sólo se aplica así a los artículos ya adquiridos y se aplica solo a un total de 1.500 productos químicos de alto riesgo.
La responsabilidad de la industria se ha reducido casi a cero, sobre todo, lo que viene de los estudios financiados por la industria 1. Sin embargo, en el lado positivo, cabe señalar que los productos químicos producidos en grandes cantidades ya no pueden comercializarse sin ser sometidos a pruebas.
Por desgracia, es muy poco lo que los consumidores pueden hacer realmente para protegerse de las sustancias químicas industriales como el BPA o los ftalatos presentes en los envases y otros objetos. El Prof. Dr. Gerd Glaeske, farmacólogo de la Universidad de Bremen, recomienda: “Hay que asegurarse de que no se compran sólo productos envueltos, sino que también se hacen compras de productos que no vengan en envases. Eso es lo más importante. Sobre todo, si también hay niños en casa”. Cocine usted mismo y evite los productos precocinados. Los alimentos con mucha grasa, como el queso, se ven especialmente afectados porque las grasas y los aceites liberan los plastificantes y otros aditivos de los envases y los almacenan. También deben evitarse, en la medida de lo posible, las latas y los botes, ya que el revestimiento interior puede liberar grandes cantidades de BPA durante el proceso de llenado, que suele ser caliente. Muchos envases de leche y zumo también están forrados de plástico, por lo que pueden disolverse grandes cantidades de aditivos, especialmente en la leche grasa o los zumos ácidos. Por eso, entre otras cosas, muchos productores de zumo de naranja han pasado a utilizar un recubrimiento interior de aluminio, aunque sea caro, en los últimos dos años.
Más que los plaguicidas, que pueden eliminarse en gran medida mediante el lavado, son nuestros envases los que contaminan los alimentos. Algunos pesticidas, como la atrazina, también son disruptores endocrinos. Evite los productos perfumados, como los geles de ducha, ya que pueden contener ftalatos.
El autocompromiso voluntario de la industria ya fracasó en los años 50, ya que las llamadas de unos pocos consumidores preocupados son rápidamente desestimadas. Lo que se necesita es una legislación rigurosa, un compromiso político total y todo el poder de la UE, sus Estados miembros y el mayor número posible de países. El lobby de la industria no está durmiendo. Trata de debilitar la nueva normativa mediante “adaptaciones” o, a falta de control, de eludirla por completo.
Los ciudadanos y los consumidores deben demostrar que se preocupan, sacar consecuencias y exigir a los políticos que actúen. El hecho de que la política no haya logrado hasta ahora reducir la exposición a los ftalatos y al BPA en particular es evidente cuando se considera que la industria está asumiendo una “demanda drásticamente creciente” y que la producción de ftalatos por sí sola podría aumentar hasta 7,6 millones de toneladas al año en 2018.
Si tenemos en cuenta que estamos rodeados de plásticos y otras sustancias artificiales todos los días durante toda nuestra vida, también tenemos que pensar en los efectos actuales y posibles. Nuestra salud y el medio ambiente que necesitamos para vivir son el mayor bien del que disponemos los seres humanos.